Texto Completo del Blog Post:
Janet Contreras, Experta en transacciones legales y negocios
Por mucho tiempo, creí que mi trabajo como abogada era dar respuestas. Saberme el código de memoria. Identificar riesgos, poner límites, redactar bien. Punto.
Pero todo cambió cuando trabajé en Estados Unidos, en medio de deals grandes de M&A: rápidos, intensos y con muchos ceros de por medio. Ahí entendí algo que me marcó: el abogado no es el protagonista de la historia. Somos una pieza —importante, sí— pero dentro de una maquinaria mucho más compleja.
Y si no entendemos cómo funciona esa máquina, lo legal se queda fuera de contexto. Y sin contexto, no hay impacto.
Derecho con mentalidad de negocio
Lo viví en carne propia: ninguna decisión legal se toma en abstracto. Todo está atravesado por lo financiero, lo operativo, lo comercial.
La cláusula que yo estaba revisando impacta directamente en el cash flow, en el apetito de riesgo del comprador o incluso en cómo se iba a manejar la integración después del cierre. Y algo que me fascinó fue ver cómo los financieros cuantificaban los riesgos. Sabían si una cláusula tenía más o menos probabilidad de activarse, y por ende cuál valía la pena negociar y cuál podías dejar pasar.
Ahí me di cuenta de que el contrato estaba vivo. Y mi rol como abogada, lejos de ser el de quien frena todo, podía ser mucho más estratégico y transformador.

No basta con saber Derecho
Hoy, desde mi práctica independiente, sigo aplicando esa lógica. Y lo digo con total claridad: saber Derecho no es suficiente si quieres ser una verdadera aliada de negocios.
Claro, hay que ser técnica, rigurosa, detallista. Pero también hay que ser curiosa, abierta, estratégica. Hay que entender por qué el cliente está tomando cierta decisión, qué le preocupa, qué está negociando y qué está dispuesto a ceder.
Y aquí te comparto una reflexión que me llegó tarde, pero que ahora considero fundamental: En la facultad de Derecho, nunca nos hablaron de negocios. Nos entrenaron para pensar que todas las cláusulas pesan igual, que cada párrafo es una batalla, y que nuestro trabajo es proteger a toda costa.

Pero la realidad profesional —sobre todo cuando trabajas con empresarios y transacciones reales— es otra. Cuando trabajas con abogados con experiencia, te das cuenta de inmediato: saben leer un contrato en cinco minutos y distinguir qué importa de lo que es relleno. No porque sean adivinos, sino porque ya lo vivieron, porque entienden el negocio detrás del papel y sobre todo, porque saben leer a su cliente.
Me acuerdo de una conversación con un familiar —un empresario que ha pasado por todo tipo de pleitos y contratos— que me dijo una vez con absoluta convicción:

Ese tipo de claridad no lo enseña un libro. Lo enseña la experiencia. La enseña haber firmado, negociado, corregido y aprendido de errores (propios o ajenos). Porque no se trata de pelear por cada cláusula. Se trata de saber cuáles sí valen la pena pelear, y por qué.
Ser parte del equipo (aunque no estés en nómina)
Una de las cosas que más valoro de trabajar de forma independiente —y de formar parte de una red como AWL— es que puedo estar realmente cerca de mis clientes. Me involucro, escucho, acompaño.
No soy “la abogada externa que manda un memo de siete páginas”. Soy parte del proceso. Pregunto. Me adelanto. Aporto.
Y esa cercanía hace toda la diferencia. Porque puedo mirar el contrato y decir: “Esto que estás firmando hoy… ¿cómo se ve en dos años?” A veces, la mejor asesoría no está en decir “no hagas esto”, sino en mostrar cómo hacerlo bien.

El Derecho como puente (no como freno)
Mi filosofía es clara: el Derecho no está para frenar negocios, sino para hacerlos posibles, con claridad y seguridad. Por eso creo tanto en lo que hacemos en redes como AWL. Porque compartimos esa visión: una práctica legal independiente, flexible, rigurosa y cercana, como la que ves en mercados desarrollados.
Con clientes que valoran la diferencia entre usar un contrato “tipo template” y trabajar con alguien que entiende tu negocio, tus riesgos reales y lo que necesitas lograr con ese contrato.
Y con algo más: criterio, visión y ese toque humano que no aparece en ninguna cláusula.
Hoy, cuando me siento a revisar un contrato, no pienso solo en lo que dice la ley. Pienso en lo que quiere lograr la empresa, en los riesgos reales, y en cómo puedo ayudar a tomar a que ellos tomen decisiones más inteligentes y así puedan lograr tener contratos con esos puntos claves que le beneficien.
Porque si algo tengo claro, es esto:



